domingo, 26 de febrero de 2017

Autoinmune

Cada raspada de mis uñas sobre mi ingle, libera cuerdas vibrantes por dentro de mi pierna, mi guata y mi brazo. Son tendederos que traspasan el muslo, caen por el límite de la pantorrilla y llegan al tobillo, lo rodean una vez y se dispersan hacia el talón y el canto del pie. La guata tiembla satisfecha. Las cuerdas vibrantes alcanzan el meñique, orillan la mano en línea recta por el antebrazo hasta el codo. Y con cada surco microcósmico que trazan mis uñas descascaradas, gozo hasta tal punto que el orgasmo occidental me parece una piltrafa. Y me sumerjo en el deleite, firma sensorial de mi entrega al pica-rasca eterno, al placer interminable de destruir mi ingle, capa tras capa de proteínas muertas, uñas enterradas jalando tiras de piel, pelando la naranja autoinmune.

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