viernes, 16 de junio de 2017

Reguetonera

Llegó al café literario, subió al segundo piso y vio ocupados los puestos de la mesa larga, así que avanzó hacia las mesas chicas de más atrás. Todas eran para cuatro personas, y en cada una de ellas había dos humanes, lo más lejos posible sentades une en diagonal al otre, como si sentarse frente a frente fuera demasiada intimidad. Se divirtió al ver que justo al lado del lugar vacío, en diagonal a un hombre de treinta-cuarenta que suspiraba horriblemente, con una cuaja en su corazón y que le miraba de reojo; justo al lado del vacío estaba un hombrón de edad indefinible, masculinamente sentado con las patas bien abiertas, apenas una polera con el frío que hacía, una parka reguetonera abierta sobre el pecho, absorto en su celular, perfumado y sin embargo sobre su perfume sobresalía su propio olor, refrito en el pico, en los cocos, en el hoyo del culo, y agradeció quedar sentada justo en el pico, en el pico vuelto hacia dentro de ese espacio suscitado al lado del machito latino. Orgullosa sacó su computador rasca y se instaló. El machito acabó, se paró y se fue. No le dijo chao.