domingo, 22 de enero de 2017

Eucalipsis

La fanfarria neoliberal churreteó unos morlacos y el pueblo chileno tuvo más plata. Por primera vez empezó a viajar por su país. Algunes en campings pagados, les más chorizos, a cuero pelao en la floresta. Sudacas salides de la educación particular subvencionada, nunca les enseñaron a apagar sus fogatas, de repente transfiguradas en millones de mechas, que infladas del viento cordillerano y alentadas por la colonización eucalíptica, prendieron toda la zona central. El incendio más grande de la histeria humana. Millones de hectáreas arrasadas inutilizables, y a les santiaguines no les dolió hasta que el humo infectó sus pulmones. Fue el preámbulo del Gran Fuego que devoró la capital en cuarenta y cuatro horas de eucalipsis, todo por no aprender a mear la fogata culiá.

domingo, 15 de enero de 2017

Colas muy

Los colas muy mijitos ricos desde tineyers serán los primeros en quedar hechos mierda. Esa luz que emitían a los dieciséis, desde el sol-rostro porcelánico, ya anunciaba la decadencia en la mirada torva, bien perra, segura de poder culiarse a cualquiera, insistir un poquito y ya, a todos los penes les gustan los culos redondos y calentitos en la noche beirbac. Con cada año que pase, su piel lisa se volverá pútrida espinolenta, sus incisivos separados se transfigurarán en madera, grasa abdominal derramándose donde antes había abdominales turgentes, culo enverrugao de puro saunear, diez centímetros de diámetro doble fisting recto arriba, y puta qué rico, dame más papito, no te vayai todavía que quiero estirar sentir cuánto me topa, sus uñas serán garras sucias de la mierda de sus propios culos, escarba que te escarba el hoyo maldito, y ni ellos mismos se aguantarán el aliento a churrete.

domingo, 8 de enero de 2017

Violencia machista

“¡Pssst!”, me llama un mendigo sin rostro. No lo pesco, me quedo tieso mirando adelante, hacia dentro de la boti de Merced con Mosqueto. “Flaco, flaco…”. Respiro lento y profundo, con rabia pienso en que no puedo comprar en mi barrio sin que los mendigos me acosen. “Oye, oye, oye… La indiferencia también es violencia poh…”. Estatua. “Oye, ¿a voh te violaron cuando shico?”. Me sonrío imperceptiblemente. “Pobrecitooo, lo violaron cuando shico por eso es así… Qué pena tu vida loco”. Finalmente me atienden, no tienen escupo ni austral, los envases retornables que tengo en mi bolsa ecológica, y no aceptan cambiarlos por envases de otras marcas. Me voy caminando por Mosqueto hacia la otra boti, y desde atrás escucho que me gritan: “¡Hueco culiao!”. Me paro en seco. Me devuelvo, estamos en el barrio cola por la chucha, ¡¿cómo me van a estar gritando hueás en mi propio barrio?! Les grito de vuelta: “¡¿Quién me gritó hueco culiao?!”. El mendigo sin rostro deja de acosar a la fila de compradores y se da vuelta hacia mí. “¡Mira conchatumare, este es mi barrio! ¡Yo vivo aquí! ¡Y es el barrio hueco pa que sepai, así que si tenís algún problema con los huecos, vai a tener que irte! ¡Ahora mismo estoy llamando al paco encargao de esta cuadra! ¡Y la próxima vez que me digai algo a mí o a cualquier otro hueco, vamos a ir todos los huecos del barrio a sacarte la conchatumare!”. Me mira con sorna y desdén, porque no soy macho para ir y sacarle la chucha, porque no soy macho para juntar a otros colas-machos y sacarle la conchatumare, porque ni siquiera soy tan fascista como para llamar a los pacos… Descubro un nuevo rostro de mi propia ingenuidad, mi barrio cola no es seguro, ni tan cola es tan poco, si lo comparto con los mendigos. Bellas Partes no es seguro, Santiago no es seguro, Chile no es seguro. Cuando le conté, la Amada me dijo la verdad: “Eso que sientes tú es lo mismo que hemos sentido todas las mujeres, en cualquier lado, toda la vida. Es la violencia machista”.

jueves, 5 de enero de 2017

Taxistavoldemort

Es Navidad en Chile. Con la Coatlicue vamos terrible de apurás a tomar el bus para pasar las fiestas en Ciudad mini. El taco convierte Santiago en un gigantesco intestino con estreñimiento. El bus sale en trece minutos. Tontamente se me ocurre: “En taxi va a ser más rápido. Hay que tomar la Alameda y ya”. No existen taxis por Merced, sólo gigantescas camionetas cuatro por cuatro de viejas culiás del barrio alto. Derritiéndonos llegamos hasta la esquina de José Miguey de la Barra, más allá Merced se asoma vacía y productiva. Y yo bien ahueoná, bien azopá la culiá, se me ocurre no seguir por ahí sino torcer por Victoria Subercaseaux, siguiendo las luces de varios taxis coqueteándonos. Entonces avanza la materia fecal, los taxis pasan soplaos delante de nosotras y no nos paran. Más atrás, más lejos de Merced libre y del camino hacia la Alameda se asoman otros dos taxis. El chofer del taxi más cercano está pelado a lo Voldemort y mira con gelidez el intestino embotellado. Mientras me acerco percibo una extrañeza fría y sigo de largo, hacia el segundo taxi, no me tinca pa ná ese taxistavoldemort. Siempre lógica, la Coatlicue detrás mío me llama para que nos subamos. Le hago caso y me devuelvo, no escucho mi intuición. Presiono la manilla de la puerta trasera y no abre. Trato de nuevo y lo mismo. Me asomo por el vidrio del copiloto y le pongo quizás qué cara de impaciencia al taxistavoldemort. Desde adentro me grita: “¡Fuerte!”. Me molesta su voz rasposa, estoy más atrasao que la chucha y este taxi que no abre, dan el verde y al fin la manilla cede, me tiro contra el asiento trasero con mi mochila gigante, la Coatlicue me sigue y cierra la puerta, pero la goma de esta queda colgando, el taxista le grita a la Coatlicue: “¡Mire lo que hizo! ¡Cierre bien la puerta pueh! ¡No me destroce el auto!”. Y ella reacciona abriendo sus ojos abismales y acercando su cara al taxistavoldemort, lista para dar el zarpazo, y este se le acerca también, gritándonos y salpicándonos de saliva: “¡Es mi auto! ¡Es mi auto!”. De una mirada le digo a la Coatlicue que abra la puerta, y mientras nos alejamos el taxistavoldemort sigue gritando: “¡Váyanse conchasumadre! ¡Váyanse maracos culiaos!”.