miércoles, 19 de abril de 2017

Censo

El colombiano del frente está en su balcón. Medita exhibiéndose en poses griegas, con su magnífico torso descubierto, inclinado cuarenta y cinco grados hacia el cielo. Un pene erecto. De repente, se deja caer melodramáticamente. Su pecho queda detrás del balcón, pero no sus brazos, del ancho de su cabeza, colgando uno al lado del otro, en un triángulo que no alcanza a realizarse y sus ojos pequeños y almendrados envolviendo una nariz fina, el rostro triangular, anguloso, suave, con orejas circulares, no demasiado femenino en sus cejas portentosas, en su barba abundante y bien afeitada. Ladea la cara y me dice grindr, quierosexo, véngase pa acá, estira la trompita adelgazando aún más su cara. Luego se para, contrae un pectoral o dos y se mete al departamento. Por lo menos saldrá en strapless, pienso, pero no, baja con su hijo y su señora a comprar empanadas. No existe otra cosa el día del Censo. Todos los lugares cerrados, el supermercado, el mercado, la Vega, los chinos, los indios, los tailandeses y los mojojojo. Menos el Papi Pizza, relleno total, su dueña sentada detrás de la caja asegurando que va a haber pan toda la noche, que no cunda el pánico porque ellos, los Papi Pizza, van a alimentar a todos. Y mientras vuelvo y me como una empanada, aunque Colombia ya no esté más, igual me lo imagino frente a mí, sólo su rostro flotando hologrameado, mientras me voy a la chucha con el mejor orgasmo de las últimas cuarenta y ocho horas, cerrando los ojos, teniéndolo, desprendiéndome de los alemanes bizarreantes de tambler.

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